Chapter 13: Capítulo 13: El lugar donde me quedé eras tú
Capítulo 13: El lugar donde me quedé eras tú
*Sala Segura – Minutos Después*
Rebecca respiraba.
Eso bastaba por ahora.
Richard permanecía de rodillas a su lado, observando cómo su pecho subía y bajaba de forma irregular, pero estable. La fiebre había comenzado a ceder. El temblor en sus extremidades también. El suero D estaba funcionando. No del todo, no aún, pero… sí. La estaba trayendo de vuelta.
Durante un instante, el mundo no fue más que eso: su respiración.
Y el silencio.
Rebecca abrió los ojos.
No fue un parpadeo débil. Fue una sacudida instintiva. Como si emergiera de una pesadilla.
—...¿Richard?
Él no contestó de inmediato. Solo la miró.
Su voz… su mirada… su piel recuperando el tono.
Estaba viva.
Ella lo observó con extrañeza. Luego, con alivio. Con una emoción que cruzó su rostro tan rápido como un disparo.
—¿Lo lograste?
—Sí. —Su voz le salió más áspera de lo que pensaba. Respiró hondo—. Lo tengo. Estás estable… por ahora.
Ella intentó incorporarse, pero él la detuvo con suavidad.
—No te apresures.
—Estoy bien… —murmuró ella—. Lo suficiente, al menos. Richard… creí que no volverías.
Él desvió la mirada un segundo.
—Yo también.
Rebecca se sentó, respirando con esfuerzo. Se llevó una mano al rostro, tocando la piel sudada, aún caliente. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no cayeron.
—¿Qué hiciste…? ¿Dónde conseguiste esto?
Richard guardó silencio unos segundos. Luego se sentó a su lado, contra la pared. El suelo estaba frío. El aire, cargado de humedad y algo químico. Pero no importaba.
—Tuve que entrar a la zona médica. El suero estaba en una cámara cerrada… sellada. Requería escaneo doble de huellas. Tuve que ir a la morgue.
Rebecca lo miró, inmóvil.
—¿Y había…?
—Los cuerpos estaban… abiertos. Algunos vacíos. No todos seguían ahí.
Richard se pasó una mano por la nuca. Aún podía sentir el frío metálico del escáner, los segundos cayendo, la alarma rugiendo.
—Y no estaba solo. Algo me siguió.
—¿Algo?
—Una cosa enorme… humanoide, pero deforme. Como si hubieran intentado construir un soldado con carne cruda. Sin piel en algunas partes. Sin párpados. El brazo derecho era… una cuchilla viva. No se movía como un ser humano. No pensaba como uno. Solo… cazaba.
Rebecca palideció aún más.
—¿Te enfrentaste a eso?
Él asintió.
—No por elección. Solo para ganar tiempo mientras el sistema liberaba el suero. No lo derroté. Solo corrí.
Un silencio.
Hasta que Rebecca se inclinó hacia él. Lo miró de cerca.
—¿Por qué hiciste eso?
—¿Tenía opción?
Ella negó con la cabeza, pero sonrió apenas.
—Sí. Podías haberme dejado.
Richard sostuvo su mirada.
—Y tú podías haberte rendido.
Por un instante, no dijeron nada más.
El aire entre ellos vibraba, tenso, contenido.
Y entonces, sin previo aviso, Rebecca lo besó.
No fue suave. No fue tímido.
Fue rabia y alivio y dolor y gratitud, comprimidos en un solo instante.
Richard respondió con el mismo impulso.
La besó como si ese momento fuese prestado, como si lo que tenían ahora fuera solo eso: un momento que podría no volver a repetirse…
Cuando se separaron, ella apoyó la frente en su hombro.
—Gracias —susurró.
Richard cerró los ojos.
—No me agradezcas aún.
Pasaron unos segundos. Respirando. Viviendo.
Hasta que ella habló:
—¿Y ahora?
—Hay una salida. Un elevador en el subnivel ALFA. Cruzando el pasillo principal. Pero si esa cosa sigue ahí…
Rebecca se incorporó. Recuperando fuerza.
—Tengo mi pistola. Munición limitada, pero suficiente para cubrirnos. Tú…
—Escopeta. Tres cartuchos. Fusil sin balas.
—Entonces nos abrimos paso. Juntos.
Él la miró. Había fuego en sus ojos otra vez. No fiebre. Voluntad.
—Juntos.
Ambos se pusieron de pie. Verificaron armas.
El eco de los corredores seguía silencioso, pero tenso. Como si algo respirara en algún rincón oscuro.
—Rebecca…
—¿Sí?
—Si esto va mal…
—No irá mal —interrumpió—. No después de todo lo que hiciste para salvarme. No después de esto.
Y con eso, abrió la puerta.
Un pasillo en penumbra los recibió.
Sombras largas. Vapor en el aire.
*Pasillo de Servicio*
El pasillo los engulló con su oscuridad.
Sombras alargadas vibraban en las paredes, estiradas por las luces intermitentes. Vapor tibio se filtraba desde las rejillas del suelo, serpenteando por sus botas como si el complejo respirara con dificultad.
Richard iba delante, escopeta en mano.
Rebecca lo seguía de cerca. A pesar de su estado, sus pasos eran firmes. No había tiempo para flaquear.
Apenas habían recorrido unos metros cuando lo escucharon: un gemido ahogado, rugoso, más animal que humano. Luego, el arrastre.
No era el monstruo.
Eran ellos.
Dos figuras emergieron del recodo.
Vestían batas blancas, salpicadas de sangre vieja.
Sus cuerpos parecían sostenerse solo por la costumbre de caminar. La carne colgaba de sus mejillas como piel mal pegada. Los ojos, sin brillo. Vacíos.
Richard disparó primero.
¡BOOM!
Uno voló hacia atrás, desmembrado por la explosión.
Rebecca disparó al segundo, dos veces, directo al pecho. Cayó agitando los brazos, aún buscando presas.
—¿Estás bien? —dijo él sin girarse.
—Sí. Pero ya no quedan muchas balas…
—La armería está cerca. Dos pasillos más. Si logramos llegar…
Entonces el suelo vibró.
Ambos se detuvieron en seco.
Un ruido sordo, profundo, reverberó por los muros.
Lento, creciente. Como pasos enormes arrastrando algo demasiado pesado.
—No puede ser… —murmuró Rebecca.
Richard apretó la mandíbula y echó a andar más rápido.
Los corredores se volvieron más angostos.
El aire, más denso.
Pasaban junto a cuerpos destruidos, soldados empalados en tubos, otros colgando del techo por sus propias correas. La muerte aquí no era por accidente. Era obra de algo. Algo con intención.
En una bifurcación, tres figuras más se acercaban. No tambaleaban. Corrían. Soldados infectados.
Rebecca disparó primero, apuntando a las piernas. Uno cayó.
Richard alzó la escopeta.
Click.
Vacía.
—¡Corre! —gritó.
Y corrieron.
*Pasillo de Contención – Puerta de la Armería*
La compuerta metálica de la sala de armas se alzaba al fondo del corredor como una promesa de salvación. Rebecca se adelantó, buscando el teclado de acceso.
—Vamos, vamos…
Detrás de ellos, el pasillo tembló.
Esta vez, no por pasos.
Era como si algo enorme estuviera rompiendo su camino hacia ellos.
Richard se giró.
Una sombra surgía al final del pasillo.
Primero la silueta. Luego, el brazo. Un monstruo deforme, construido con carne desgarrada y tendones expuestos. Sin piel en algunas zonas. Un ojo abierto sin párpado, palpitando como si lo observara todo.
Y esa cuchilla.
Una extensión de su brazo.
Viviente. Palpitante.
Nacida para cortar.
No corría. Avanzaba. Como si supiera que nada podría detenerlo.
—¡REBECCA!
—¡YA CASI!
¡CLANG!
Una garra de aquel engendro golpeó la pared, arrancando fragmentos de concreto como si fueran papel.
La puerta de la armería se abrió con un siseo hidráulico.
Ambos se lanzaron dentro.
Rebecca golpeó el botón de cierre.
¡SLAM!
La compuerta se cerró justo cuando la criatura embestía.
El metal crujió, deformado por fuera.
Pero resistió.
Por ahora.
La sala era fría, estéril.
Un refugio de acero.
Armas colgadas en los muros. Cartuchos etiquetados por calibre. Chalecos, linternas, jeringas médicas. El silencio aquí pesaba más que el de los pasillos.
Richard se acercó a un casillero. Dentro, un fusil de asalto, semiusado pero cargado. Lo tomó con manos rápidas. Revisó el cargador.
A su lado, Rebecca respiraba con dificultad, apoyada en la pared.
—Tenemos suerte —dijo él.
Ella no respondió al instante. Luego se aproximó a un panel encendido. Una pantalla azul titilaba.
—Mira esto…
Un mapa se desplegó ante ellos. Trazos del complejo subterráneo, rutas bloqueadas, puertas selladas.
Y al fondo, una luz verde intermitente.
ELEVADOR DE EMERGENCIA – ACCESO A NIVEL SUPERIOR
—Si lo alcanzamos, podemos salir —dijo Rebecca, sin aliento.
—¿Y el sistema?
—Debe activarse desde dos terminales distintos. Manualmente.
Richard exhaló.
—Separarnos no es opción.
—Entonces los activamos en secuencia. Juntos.
Se miraron.
En ese silencio, más claro que cualquier grito, se dijeron todo.
Luego, Rebecca habló, en voz más baja:
—gracias, cuento contigo….
Richard revisaba su fusil, pero la miró de reojo.
—Aún me debes una segunda cita…así que tenemos que salir de esto.
Sonrió Richard, tratando de calmar el ambiente.
Un golpe sacudió la compuerta.
Ambos se tensaron.
Otro golpe.
Más fuerte.
La cosa seguía allí.