Abismo y caída ("ON" mv BTS) [Español]

Chapter 8: CAPÍTULO 4



Entreabrí los párpados. Una mano me mecía en medio de mi sueño, me tomaba por el hombro y me sacudía. Hería mis ojos la poca luz que entraba por la puerta. Me levanté aturdida. 

—Sígueme.

Abandoné la habitación nauseabunda sin demora. Sentía los miembros pesados y mi cabeza estaba adolorida. Entré en la cocina mientras se cerraba la puerta con cautela.

—Desde ayer te busqué por todo el campamento, ¿cómo fue que llegaste ahí? —dijo Taehyung. 

—¿Dónde está Jungkook? —indagué preocupada. 

Sus manos se perdieron entre unos manteles coloridos. Había guardado una porción de comida para mí. Un trozo de carne y patatas cocinadas asomaron en un plato de barro con figuras de flores sencillas en los bordes. 

—Debes tener hambre. Es lo último de carne que queda. De aquí en adelante solo tendremos granos secos. 

Comí con las manos a falta de utensilios cerca. Tantos meses fuera del castillo moldearon mi carácter y pensamiento; las etiquetas y formalidades eran excusas para almas llenas de misantropía. Cuando la tierra abrazaba la lluvia, la cocina era un lugar que cobraba vitalidad para darnosla a nuestros cansados cuerpos; en cada rincón se pincelaban frutas y legumbres apetitosas, más cuando la mano de la sequía desnutría raíces, era un verdadero sufrimiento reservar la comida para varias veces al día, por lo que, a veces éramos felices disfrutando una porción diaria. 

—Hay malas noticias —dijo con la mirada puesta en el piso.

Me detuve. Inmovilicé la mano que estaba a punto de llevar la mitad de una patata a mi boca. 

—Nos atacarán por ambos lados —continuó—. También lo harán por el sur. Vendrán aquí.

—¿Cómo? ¿Quién te dijo eso?

—Están llegando por la llanura helada que está a unas leguas del castillo y pronto estarán aquí. No hay suficientes hombres, Jungkook se los llevó con él. Además, necesitamos algo de municiones, casi todo está con los que se fueron.

Me acercó agua en un plato de barro menos hondo. 

—Alguien debe avisarle de inmediato.

—Solo sabe de esto Rasumikhine. No quiero alertarlos, se pondrán más tensos. 

Bebí con desesperación. Medité un momento. 

—Tiene que saberlo… Debo decírselo. 

—¡No!... —dijo Taehyung agrandando los ojos y conteniendo sus manos que se abrieron al instante—. Tienes que quedarte aquí, con los demás. 

—Tienes que quedarte aquí y esperar órdenes. Me alistaré. 

Se interpuso en la puerta. Su reacción fue tan rápida que unos trastes se fueron al piso porque su espalda los rozó.

—No. Él me encargó que te cuide. No puedo dejarte ir. Corres peligro.

—Toda la vida me he entrenado para la guerra porque mi padre ha acumulado varios enemigos. Jungkook me enseñó muchas cosas. Seré cuidadosa.

Me ayudó a preparar un caballo. Escondió comida fresca en unas telas y me las dio envueltas en la simetría perfecta de tres cuadrados. De esta forma, también les llevaría algo de comida para ellos, pues no sabían cuánto tiempo duraría el combate.

—¿Debo avisar más novedades? 

—Ninguna. Que Dios te proteja. 

Me interné en la espesura de aquellos árboles dorados por el sol matutino, de grandes copas y troncos inmensos que reposaban a la vera del Torvano. Enseguida, me hallé en medio de un valle eterno de vegetación enana y cactus de varios metros. Atravesé la planicie amarillenta y espoleé el caballo para que suba con fuerza la ladera. Taehyung me había indicado que detrás de la gran ladera del Caligo, ellos esperaban camuflados entre la vegetación. 

Espoleé con más fuerza las ancas del animal. Este resoplaba por sus narices mientras sus patas anhelaban poder adherirse a esa superficie arenosa y caliente, resbalando en el intento. Me sofoqué al soltar varias veces el látigo sobre sus caderas. No había forma. Ellos debieron rodear el valle para evitarse estas complicaciones, pero eso me tomaría un día y no había tiempo. En medio de estas conjeturas, me alenté a seguir en la empresa. 

Con mi látigo y espuela conseguí que el pobre animal, que coceaba, adelantara unos cuantos metros, más que las veces anteriores, y me pareció que esta vez lograría con éxito subir la arenosa montaña. Cada paso que daba dejaba caer en sucesión terrones de arena con pajonales que llegaban al pie del valle. Faltaba poco para topar la cima. En uno de los esfuerzos de la bestia por seguir mi objetivo, sus patas delanteras se torcieron al esquivar una piedra que obstaculizaba la ardua tarea. Empecé a perder el equilibrio y mis pensamientos más íntimos desearon hacerme desistir de aquello al visualizarme arrastrada por el peso del animal en la ladera. En efecto, la bestia resbalaba y su ahínco de estar en la cima la hundía más. Antes de que el alazán sucumbiera, me sujeté a uno de los cactus cómplices de aquel espectáculo de supervivencia. 

El dolor de sus espinas no me taladraba por el contrario fue un alivio cuando escuché el estrepitoso golpe del animal contra el pie de la ladera. Columnas de arena se levantaron al mismo tiempo y cubrieron, en parte, el lomo de la bestia. Abracé con más fuerza el cactus que me ofrecía sus hijos puntiagudos para sostenerme. En unos minutos estuve en la cima con las manos ensangrentadas y con algunas espinas colgando del pantalón y la camisa que vestía. 

La sensación de estar ahí fue distinta. Vi matorrales por doquier y en el horizonte más árboles. También habían más cactus y hierba seca. 

Caminé largo trecho y descansé al pie de unos raquíticos árboles. Más allá distinguí una franja verdosa en medio del oceáno amarillo. Corrí y alcé mis manos, acercándome a esa vegetación no tan resquebrajada por las altas temperaturas.

—¡Traigo noticias! —gritaba.

Mientras más agitaba los brazos tenía la sensación de que mi voz solo era escuchada por el viento y el sol que acompañaban el paisaje. 

—¡Traigo noticias!

Respiré un momento. Tomé bocanadas de aire con las manos en las rodillas. 

Escuché mi nombre. 

Llegué a una especie de tiendita hecha a partir de troncos delgados. Las copas de estos servían de techo y los protegía de los rayos y el polvo. Habían colocado algunas hojas en el suelo en forma de colchón; calculé que allí podrían descansar hasta diez hombres. Al lado, se veían rastros de fogatas y platos de barro. En ese momento, solo estaba él y dos hombres más. 

—¿Por qué vienes aquí? Le dije a Taehyung que te mantuviera en el campamento. Debías quedarte con ellos —dijo Jungkook sosteniéndome por los hombros.

—Él no podía venir aquí porque iba a dejar a sus hombres, por eso vine yo para avisarte que también nos atacarán por el sur. Llegarán al campamento. 

—¡¿Qué?! ¿Quién dijo eso? Nosotros mismos vimos que se acercaban por acá —respondió uno de ellos señalando con su dedo un montón de árboles que se perdían en las llanuras. 

—Aún así no debiste venir. Él tenía que decírmelo. ¿Piensas que podemos jugarnos la vida solo porque tú crees hacer lo correcto? 

Estaba airado. 

—Yo... vine porque nadie más podía hacerlo —dije tratando de que me entendiera.

—Escúchame, ¿qué hubiera pasado si el ejército real te encontraba cuando venías hacia acá? No puedes hacer las cosas sin pensar, debes ser más consciente. 

Caminó unos metros con las manos en la cintura. 

—Deja de ser tan duro con ella. Fue muy valiente de su parte el que haya venido aquí para ponernos en alerta —dijo el otro palmeando su espalda. 

Jungkook retiró violentamente la mano de su compañero.

—Imbécil. No te das cuenta que tenemos traidores entre nosotros. ¡Maldición!

Luego, me echó una mirada escrutadora y adiviné el terror en sus ojos. 

—¿Por dónde viniste?

—Por el desierto.

—¿Y el caballo?

—Se cayó por la... pendiente... Perdón.

—Encima no tenemos suficientes —aclaró el uno. 

Jungkook buscó una piedra en la tierra y empezó a pulir con ella una espada. Estaba furioso. Lo sabía. Su frente con surcos era evidente. 

—Llamen a Rasumikhine. 

Le ordenó que llevara al otro lado del desierto de Caligo hombres y municiones. Él obedeció. Los once caballos que tenían, en ese lado del desierto, se quedarían con nosotros. Era imposible que pudieran llegar por la vía más corta, se echarían a perder. 

En la tarde, comimos algo ligero que complementamos con lo que había mandado Taehyung en las telas. Después decidí hacer una siesta. Había dormido toda la tarde porque al levantarme el sol se había esfumado. Jungkook no se había ido, con sus piernas en forma de monje budista afilaba arcos y espadas con ayuda de la misma piedra. 

—¿Qué pasó con tu ropa? —preguntó al ver que me movía haciendo crujir las hojas.

Me había limpiado la sangre de las manos en el traje desteñido que llevaba puesta. La mudada que llevaba era una de las que me había regalado cuando decidí quedarme con ellos. Enseguida, tomó mis manos y las escudriñó un buen rato. Sacó el pañuelo que llevaba guardado en una de sus botas y las limpió. A pesar de haberlas lavado habían heridas rodeadas de pequeños hilos rojizos. Retiré mis manos con suavidad. 

—Debemos hacer una fogata —dije intentando levantarme.

Él sujetó uno de mis brazos. 

—Espera —me hizo acomodar nuevamente en el piso donde había dormido y continuó limpiando mis manos —. Seguramente en el desierto te encontraste con algún cactus espinoso. 

—Estoy bien. No te preocupes, debes concentrarte en la guerra.

Seguía empecinado en hacerlo. 

—El trayecto que recorriste es muy cansado y peligroso. Debí ser más comprensivo. Perdóname. 

—Estás muy tenso. Mejor ve a descansar —dije tomando sus manos, aceptando sus disculpas.

Se sentó a mi lado, dejando el pañuelo en medio del espacio que quedaba entre ambos. 

—Estoy intranquilo. No puedo ni siquiera dormir —dijo lamentándose. 

Le dije que se levantara. Él lo hizo al instante. 

—Con esto podrás dormir —le dije al oído dándole un fuerte abrazo— te preparaste mucho para esto. ¡La victoria es nuestra!

Sus ojos quedaron iluminados por la tenue claridad de la luna y parecía que también de ellos se formaban un reflejo sacudido por destellos de luz. 

☆ ☆ ☆

—¡Se acercan! —gritaron.

Amanecía y el piso reflejaba las sacudidas violentas de cascos lejanos de una legión de caballos. Jungkook se preparaba y daba órdenes a sus hombres al lado de la fogata humeante. Me levanté de un salto.

—Yo también puedo ayudar. 

Él regresó a verme con aire muy sobrio.

—No. Te quedarás aquí. Vigilarás nuestras municiones.

—¿Por qué? Yo también me preparé para la guerra. 

—No insistas. 

Repartía arcos y flechas a sus hombres.

—Yo también soy parte de esto. Soy una más de ustedes. Tengo que ir —. Le quité un arco de las manos y lo acomodé en mi espalda.

—Deja que venga con nosotros. Nos falta uno —declaró un hombre barbudo que se calentaba las manos en la hoguera.

Hizo un mohín muy característico en él. No estaba de acuerdo.

—No. Vendrá conmigo —me hizo una señal con los ojos —. Equípate bien. 

En unos minutos nos vimos en medio de la ramarada. Nos acompañaban siete hombres más llevando sus respectivas armas. Jungkook iba a caballo. Adelantó a uno para asegurarse de la posición que tendríamos en la batalla. 

En media hora los tuvimos cerca. Nos ubicamos cerca de las inmediaciones de las laderas del desierto de Caligo y los reales comenzaron a atacarnos desde las llanuras, por donde podía cruzarse a Galvornia. Dispuestos ambos bandos en filas largas e irrompibles nos acercamos para confrontarnos. Eran ellos 1000 hombres y nosotros 600. Gritos, gruñidos y vocalizaciones en tonos desaforados se lanzaban por doquier al atento oído del enemigo.

Como él preferiría evitar la visibilidad en el campo abierto le cedió su caballo al barbudo y se puso en marcha. Yo iba detrás de él. En el palacio tuve fama de haber practicado tiro al arco desde mis ocho años y eso me daba la extrema seguridad de poder derribar de un solo tiro a cualquier soldado de capa roja que se nos aproximara. 

Ninguna vez fallé. Jungkook lo celebraba con un "bien" mientras batallaba con dos espadas, puesto que, al agotársele las flechas las buscó en su cinto. Era bastante ágil y letal cuando hería a su víctima. El primer día, bajamos la mayoría de banderas que eran llevadas como emblemas por sus portaestandartes, mostrando una corona roja sobre el fondo blanco. Así, lograríamos desmoralizar al ejército rojo, pues creería que contaría más bajas que nosotros. El segundo día, tampoco hubo tantas bajas pero el viento bufaba herido por lo sangriento que se tornaba la batalla. Comíamos en la noche y hacíamos guardias en el bosque, cerca de los techos improvisados, porque cualquier soldado enemigo podría acercarse a robar nuestras provisiones. 

Parecía que la victoria sería nuestra…


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