Chapter 10: CAPÍTULO 6
Tomé una gran bocanada de aire y parecía que se ahogaba en el estómago suplicante de tanto miedo. Mis manos temblorosas me acongojaban más. Sentada, reclinaba como una muerta la cabeza mientras la sombra de mi padre me alcanzaba por detrás imponente.
—Un consejero redactará tu discurso de mañana. Lo leerás y terminaremos con esto —puso sus manos sobre la cintura—. Debí acabar con ellos antes de que todo esto suceda pero aún estoy a tiempo.
—Son hombres inocentes —dije en voz baja.
—¿Inocentes? —Sus manos se agitaban—. ¡Son unos monstruos, unos criminales! Cometen desorden en el pueblo y la gente se llena de sus ideas estúpidas: que quieren libertad, que quieren justicia... Lo que realmente quieren es poder y acabar con la monarquía que es respetada por todos. Es un alivio que vaya a acabar con todos ellos o al menos con la mayoría… Ahora parece que incluso el pueblo quiere que los exterminemos.
—Ni siquiera has escuchado lo que ellos realmente buscan. Antes de que haya confrontación es mejor ser razonable, escuchar... —. Me incorporé y levanté la voz para intentar persuadirlo.
—¡Calla! —Su cara palideció—. Ya escuché a ese maldito cuando se apareció como un rufián en el palacio. No seguiré tolerando sus disturbios e insurrecciones, mañana será su fin y el fin de esos vándalos. Sí y debo eliminarlos porque entorpecen mi reinado. Si no lo hago también se entrometerán en el tuyo —su dedo índice me sermoneaba—. Esto ya está decidido y punto final. No quiero escuchar más sandeces.
Ni siquiera podía sostenerle la mirada. Me alejé a paso corto de él como si huyera de su voz, de su terrible voz.
—Yo no puedo con esto.
Entonces, se abalanzó contra mí. Sus manos eran garras que intentaban sujetarme y retenerme.
—¿Todavía seguirás defendiendo a ese maldito? Te mantuvo cautiva por tantos meses y te obligó a vivir como un animal... Estuve tan horrorizado cuando el duque te encontró en condiciones deplorables y ¡tú insistes en que mi decisión es injusta! —me sacudía con violencia, desequilibrando mis pies—. ¿Dime por qué? ¿Qué fue lo que te hizo ese hombre? ¿Dime por qué piensas de esa manera?
—¡Papá! —dije atemorizada.
—¿Por qué? ¡Responde! —Me soltó y se llevó las manos a la cabeza escandalizado— ¿Es verdad... lo que le dijiste al consejero Dunovan?
Estaba conmocionada, mis manos temblaban.
—Boris dijo que los había escuchado. ¡Responde! —Sus ojos inquisidores me atormentaban.
—Es verdad... —dije desafiante—. Yo decidí quedarme con ellos.
Su mano llena de tanta ira y odio para ellos se levantó contra mi rostro. Dejó impresa en mi mejilla una huella rojiza.
—¿¡Qué tipo de hija eres!? —gritó como endemoniado—. ¿Por qué cometer semejante barbaridad?, ¿acaso ya no te dueles de tu padre que ha luchado tanto por la gloria de Valtoria? ¡Imbécil!
—Papá —dije indignada— ellos no son criminales. Ellos quieren que dejes de enriquecerte a costa del sufrimiento y explotación del pueblo. Ellos quieren que seas un buen Rey.
—¡Calla ya o tendré que encerrarte con ese maldito!
Salí de la sala principal. En ella era donde se tomaban las decisiones más importantes y en la que se oían las reuniones más notables del reino.
—Mañana será el último día que lidie con esto... ¡Si haces algo indebido no tendrás la corona, se la daré a tu hermana! ¿Me oíste?
No me detuve.
—¡Responde cuando te hablo! —gritó el hombre barbudo.
Regresé a ver al Rey Vorgath que emergía del fondo del pasillo. Con irritación colérica repasaba sus líneas rechonchas y su piel delicada envuelta en telas de lino, hilos de oro y piedras brillantes.
—¿Papá? —vacilé en pronunciarlo.
Se acercó con serenidad. Sujetó violentamente uno de mis brazos, halando de él.
—Es una advertencia y solo tendrás una —sus palabras fueron como un trueno devastador, luego continuó—, el sastre debe estar esperándonos. Boris quiere que nos apresuremos—. Se encaminó hacia la sala principal.
—Yo no tengo prisa en adelantar la boda —respondí alterada.
—¡Entra ya! —ordenó.
Mi vestido volvía a rozar el tapizado rojo de aquella pieza enorme. En aquel lugar había una cierta solemnidad impregnada en los cuadros, dorados en los bordes y delicados en contrastes; en los jarrones, pincelados por artistas de las grandes escuelas europeas; y en las cortinas que, lucían arabescos antiguos y bien conservados.
—Buenos días, su alteza.
El sastre era un joven alto, de buena presencia y labios carnosos. Mi padre desapareció al instante, dirigiendo una sonrisa fingida al invitado.
—Su alteza, le tomaré las medidas. Si desea algún diseño en especial no dude en hacérmelo saber —dijo el sastre con una reverencia.
Mis ojos se entristecieron. El paisaje que se escondía en las grandes ventanas lo percibía abultado y brillante. Tenía una molestia en los ojos.
—Aún no me ha dicho su nombre —dije desviando mi mirada de la del joven.
—¡Oh! Una disculpa. Soy el nuevo sastre real en vez de mi padre. Mi padre murió hace poco. Soy Jimin.
—Ya veo. Me dijeron que su familia tiene buenas habilidades en la costura. Es un privilegio tenerlo —dije abanicando mi rostro.
—¿Se siente bien su alteza?
—Estoy bien.
Tomó medidas de la muñeca, de los brazos, de los hombros, de la cintura... Mientras el joven acomodaba la cinta en mi cuerpo recuerdos melancólicos surcaban mi mente. Su labor le tomó algunas horas porque debía ser el "vestido perfecto".
—Pronto será su boda su alteza, mis más sinceras felicitaciones. Desde ahora solo debe sonreír —dijo el sastre antes de despedirse.
Acomodó su camisa arremangada y su chaleco blanco, y guardó las herramientas de su profesión en una maleta negra de cuero.
—Espero que de verdad pueda ser muy feliz —remarcó antes de salir.
Suspiré traspasada por un dolor tortuoso.
—¿Podré ser feliz?
Nunca habían sentido lástima por mí pero creo que él la sintió.
—Solo siga el golpe del tambor.
—¿Qué?
—Cuando se anuncia una batalla siempre escuchamos el golpe del tambor para guiarnos hacia nuestro objetivo. Unos lo escuchan y otros no, por ello sucumben sin remedio. La vida es como una batalla y el corazón marca el ritmo como un tambor. Si lo escucha podrá acercarse a lo que realmente quiere.
—¿El sonido del tambor?
—Eso lo sé porque mi padre también confeccionaba tambores para el ejército del Rey.
☆ ☆ ☆
Atardecía. El cuarto ya no era el mismo.
A pesar de dormir en el mismo lugar como aquella vez, en la que había sido capturado tras su primera huída, pululaban sensaciones diferentes. Había más humedad y frialdad en el piso. Es verdad que aún el salitre y los objetos arrinconados se esmeraban en ser su única compañía pero también había espacio para la resignación.
—¿Has comido?
Levantó la cabeza hundida entre sus brazos, los cuales se apoyaban sobre sus piernas. Tenía una mirada lánguida.
—No te quiero aquí.
—Tranquilo. Nadie me vio.
Desenvolví una tela blanca en la cual aparecieron unos pequeños pastelillos. Le indiqué para que se le alimentara pero él se negó.
—Dije que te vayas.
—He pensado en varias formas de sacarte de aquí...
—Déjame solo —dijo con voz ronca y apagada.
Sus pulmones se contrajeron y su respiración se volvió anhelosa. Quise colocar mis manos sobre su espalda para aliviar su tos pero él las apartó.
—Mañana tu padre ya no tendrá más temor. Por fin, será feliz —susurró pensativo.
—He sobornado a alguien. Te traerá un caballo en la madrugada. Yo después...
—No servirá de nada —interrumpió— tal vez avance pocos metros, estoy muy cansado...
Me senté a su lado, apoyando en la pared carcomida mi espalda. Él se incomodó y trató de alejarse pero las cadenas se lo impedían.
—Ese día fui muy impulsiva… No debí regresar, debí seguir... Es mi culpa —mi voz se comenzaba a quebrar—. Lo siento... No soporto la idea de que mañana... —no terminé la idea—. Perdón… perdóname.
Escuchaba cabizbajo y sus pupilas se mostraban vidriosas como si estuviera ya sin aliento.
—¿Les has dicho a tu padre la verdad?
—No quiere escucharme. Se niega a hacerlo.
—Todos dicen que te mantuve encerrada y sin comida en el campamento. Nadie creerá lo contrario al menos que tú se los digas.
Guardé silencio.
—¿Aún tienes miedo?
—Yo… no sé que debería hacer…
—¿Aún quieres la corona?
No pude responder. Estaba en una encrucijada. Anhelaba estar lejos de mi padre, de su aire autoritario e intransigente, pero al mismo tiempo, había una añoranza por el tiempo perdido, por el tiempo en el que me había esmerado por llegar tan alto, por el tiempo en el que me había esforzado por ser perfecta. Ese tiempo que era mío y debía prepararme para ser Reina.
—¿Es apropiado lo que sentimos?
—¿Qué?
—Creo que eres como las personas soñadoras… insensata, ingenua… luego acaban su vida como el Quijote, locas y enfermas… Si la realidad no se doblega a tus deseos, es mejor olvidar. Deberías hacer lo mismo, olvidar —sus ojos se volvieron enigmáticos.
—Tú fuiste más allá aunque los demás temían el riesgo —repuse tratando de avivar un rescoldo de esperanza.
—¿Crees que soy una buena persona?
Asentí.
—¿Y si no lo fuera? Si todo lo que ves en mí fuera una farsa. ¿Te sentirías defraudada? —me miró fijamente.
—Sé que eres una buena persona. Jamás lo dudaría.
Se llevó las manos al rostro, bajaron por el contorno de sus mejillas y llegaron a su boca. Suspiró profundamente.
—Cuando oí que la hija del Rey iba a ser la próxima heredera y tenía desavenencias con su padre creí que era el mejor momento.
—¿Por qué? —pregunté confundida.
Se adueñó de él un aire sombrío.
—Creí que era el mejor momento para atacar —sonrió en medio de la penumbra—. Había encontrado el blanco perfecto para derribar a tu padre... Esa idea me mantuvo en alerta desde el principio y no desistiría hasta conseguirla.
—¿Por qué? —titubié.
—Eres afortunada. Es la primera vez que soy sincero con alguien… En estos meses han pasado muchas cosas... cosas que son pasajeras, cosas simples que pueden ser olvidadas… Pronto te desposará el duque y tendrás la vida que siempre aspiraste... en realidad conmigo no has perdido nada.
Me levanté de inmediato. Algo siniestro parecía tomar posesión de él.
—¿Te asusta?
—No entiendo nada.
—Pero… las cosas no salen como uno piensa. Me descubrieron antes de que pudiera amenazar al Rey con tu muerte en el campamento. ¿Por qué crees que nadie te toleraba? Solo yo lo hacía. Solo yo toleraba tu insensata presencia. Debía fingir parecer alguien confiable y logré hacerlo, nunca creí que sería tan fácil.
De mi sienes brotaban intensos borbollones. Mis miembros se entumecieron.
—Concuerdo contigo —prosiguió—. Es hermoso vivir de mentiras pero es doloroso enfrentar la verdad. Al menos diciéndote esto, podré morir en paz, ya no podrás ir a pisotear mi tumba —dijo amenazante.
Sus ojos me evadían. En ocasiones, una mueca cruel sellaba sus palabras.
—¿Por qué me dices esto? ¿por qué ahora?
—Ya vete, no tolero ver a la hija de un tirano.
Me acerqué con esfuerzo porque mis pies parecían impedírmelo.
—Yo confié en tí... —dije como si eso pudiera destruir mi fragilidad.
—Jamás me disculparé por mi engaño. Mejor pídele una disculpa a tu padre que te condenó a vivir miserablemente en un palacio lleno de tanta hipocresía, mentira y engaño, lleno de serpientes que se hacen pasar por consejeros.
Vacilé en retroceder.
—Aunque ¿no sería maravilloso que renunciaras a tu corona por mí? Se cumpliría la profecía. Todos te señalarían por haberte casado con el hombre que traería destrucción al reino—soltó una carcajada—. Una niña como tú, crecida entre los placeres del palacio jamás comprenderá el abrumador peso de la vida.
—¿Jungkook? —pregunté su nombre como si aguardara que otra persona respondiese.
—Aunque muera tú pagarás una pequeña parte de mi venganza —su dedo índice me acusaba.
—Veo que alimentas tu maldad con el dolor —dije fingiendo dureza—. Solo un cobarde diría esto un día antes de su ejecución.
Los pastelillos, que los había colocado a pocos pasos para que sus manos los alcanzaran, tocaron la punta de mis botines.
—No desperdicies comida. Vete—dijo displicente.
Llegué a la puerta de hierro negra. Eché de soslayo una última mirada al hombre de ropas raídas que se columpiaba sobre su peso con sus piernas venidas al torso.
—Tú eres como una oruga que cree ser mariposa. El miedo te encerró en su cascarón. Rómpelo algún día y sé feliz con tu padre y, por supuesto, con el duque. Por siempre —remarcó irónico las dos últimas palabras.
Antes de dar por sentado mi agonía dije:
—Tienes razón. He sido ingenua al creer en mentiras o tal vez, soy vulnerable en un mundo donde solo he encontrado maldad.
☆ ☆ ☆
Ya en mi habitación, la doncella me comentó que el sastre había regresado por la tarde mientras había ido a la caballería para alistar un caballo antes de la aurora. Jimin le había entregado un papelito y le había pedido que me lo diera personalmente. Una mano delgada me extendió un papel con mis iniciales. Bajo las mantas de mi cama abrí el mensaje. Había sido doblado por la mitad tres veces, siendo un cuadrado muy pequeño. Una pluma temblorosa había dejado signos manchados y no tan bien redondeados:
Estaremos ahí. No somos muchos pero no nos rendiremos. Tal vez no alcancen las municiones pero lo que nos importa es liberar a Jungkook. Atacaremos desde varias direcciones, como podamos movernos. Por favor, no se atormente demasiado. ¡Ánimo!
Att. Jin
Enrrollé el papel en mis dedos y lo lancé con furia lejos de mí. Ideas confusas martillaron mis memorias, no pude entregarme en los brazos del sueño y mis párpados hinchados no se cerraron. Luego de tanta espera, las cortinas se mecieron brillantes y tornasoladas.