Marvel: Dragón Blanco

Chapter 25: Capítulo 20 - El Plano Fragmentado: Donde el Eco del Encierro Atrae lo Gélido



Ubicación: ????

La absorción fue tal como la Ancestral había previsto, suave como una inhalación cósmica. Pero lo que siguió no fue la suavidad de un aterrizaje, sino la repentina negación de toda lógica espacial. Crysvélia, Nyi-La y el pequeño fénec se materializaron en un vacío insondable, un lugar donde el concepto de "arriba" o "abajo" se había disuelto en la nada. No había suelo bajo sus pies, ni cielo sobre sus cabezas, solo una inmensidad negra que no era ausencia de luz, sino una oscuridad activa y palpable, tan densa que absorbía cualquier brillo, pero extrañamente, no impedía la visión. Era como estar suspendido en el espacio interestelar, pero sin las estrellas guía.

El silencio era opresivo, roto solo por un débil zumbido que parecía venir de todas partes y de ninguna a la vez. A su alrededor, flotaban fragmentos colosales de geometría arcana, rocas de una arquitectura imposible.

Eran esferas partidas que sangraban una luz dorada-anaranjada por sus fracturas, anillos monumentales que giraban lentamente sobre sí mismos y dentro de otros anillos más grandes, algunos completos, otros rotos y sangrantes como heridas luminosas. También había triángulos irregulares del tamaño de una casa pequeña, y formas que desafiaban la geometría conocida, todas ellas desprendiendo un tenue resplandor desde sus bordes quebrados, como si contuvieran una luz interna que apenas lograba escapar.

Estos restos no permanecían quietos; se desplazaban con una lentitud ominosa o una velocidad vertiginosa en órbitas caóticas, a veces pasando peligrosamente cerca de ellos, el aire (o lo que fuera el equivalente) silbando a su paso.

Para Nyi-La, el shock fue inmediato y brutal.

—¡Pe-pero qu—! —Una arcada la interrumpió, seguida de un ruido gutural y húmedo—. ¡Agggh! —su estómago se revolvió con la ausencia de gravedad y la absoluta desorientación. Su garganta se contrajo, y con un espasmo incontrolable, vomitó un hilo de bilis que flotó brevemente en el vacío antes de disiparse como una voluta de humo. Luchó por orientarse, manoteando el aire, sus ojos desorbitados intentando asimilar el horror de un lugar sin ancla. Una presión invisible le apretaba el pecho, una sensación de irrealidad que amenazaba con hacerla gritar.

Crysvélia, en cambio, se mantuvo imperturbable. No mostró la menor señal de mareo o confusión. Su figura esbelta flotaba con una quietud sobrenatural en medio del caos, sus ojos ámbar observando el vasto despliegue de ruinas cósmicas. No emitió ninguna energía, simplemente permaneció suspendida, como si este entorno antinatural fuera su estado natural. Sus cabellos blancos se extendían alrededor de su cabeza como una aureola etérea, sin responder a una brisa que no existía.

El fénec, aunque pequeño, también flotaba sin dificultad. Sus grandes orejas se movían en distintas direcciones, captando los ecos del zumbido, y sus ojos curiosos seguían el lento y peligroso baile de los fragmentos arcanos. Emitió un pequeño y agudo ladrido, no de miedo, sino de un asombro inquietante, antes de girar su cabeza hacia Crysvélia, como buscando una señal.

A la lejanía, apenas visible en la inmensidad, se distinguía una concentración anómala de estos fragmentos. Allí, la luz sangrante de las ruinas parecía más densa, formando una especie de nebulosa opaca que ocultaba lo que había en su centro. Era un punto focal, un nudo en la lógica rota de ese plano, donde la verdadera prisión aguardaba.

El eco del vómito de Nyi-La se disipó en la oscuridad activa del plano. Con un temblor, se obligó a sí misma a dejar de manotear el vacío, sus ojos intentando acostumbrarse a la ausencia de un punto fijo. El horror seguía allí, una mordida fría en el estómago, pero su mente, entrenada en las artes místicas, luchaba por imponer algo de orden al caos.

Sin embargo, su voz salió con un hilo de reproche, más para sí misma que para sus compañeras.

—Lo sabía… —murmuró, sus palabras flotando a su alrededor sin la resonancia que tendrían en cualquier otro lugar—. Lo sabía desde que ese pequeño diablillo se escabulló… Debimos haberlo dejado. Debimos habernos dado la vuelta. Esto es… esto es exactamente lo que te dije. Nos íbamos a meter en problemas... Y tú… —Su mirada se posó en Crysvélia, cuya figura, inmaculada, permanecía flotando a unos metros, ajena a su miseria—. Ni siquiera te inmutas. ¿Qué es este lugar?

Queriendo iluminar más su espacio, Nyi-La extendió una mano temblorosa, intentando evocar un orbe de luz, una de las primeras lecciones que todo aprendiz de Kamar-Taj dominaba para iluminar pasillos oscuros. Hizo unos movimientos de encantamiento, pero en lugar de la luz familiar, una chispa distorsionada apenas brotó de sus dedos, parpadeando débilmente y tiñéndose de un tono violeta enfermizo antes de extinguirse por completo, como una vela ahogada por un viento invisible.

Intentó de nuevo, esta vez con un hechizo de localización, un rastro para un mapa astral, pero solo sintió un vacío discordante en el éter. La magia de este lugar no era como la de la Tierra. No era simplemente más débil; era diferente, como un idioma que su mente se negaba a comprender.

Crysvélia no respondió a sus quejas, ni siquiera parpadeó ante el intento fallido de magia de Nyi-La. Sus ojos ámbar, que parecían capaces de ver más allá en la negrura sin luz, se movieron lentamente. Un sutil tirón, imperceptible para Nyi-La, la arrastraba hacia una dirección específica. Era la misma resonancia lejana que había sentido en la cámara prohibida, la atracción silenciosa de la hermosa gema fragmentada, el núcleo de lo que le había llamado la atención. No se manifestó un aura brillante, no realizó ningún movimiento brusco, simplemente se dejó llevar con una gracia etérea, sus cabellos blancos ondulando como seda en el vacío.

El fénec, que había estado observando a Nyi-La con una mezcla de curiosidad y cautela, dejó escapar un pequeño quejido, como si compartiera su malestar, pero luego se movió, siguiendo a Crysvélia con la misma facilidad inquietante. Nyi-La, sin otra opción, se dejó arrastrar también por la imperceptible corriente, resignada.

A medida que se desplazaban, los fragmentos de geometría arcana seguían su danza caótica. Algunos, lentos como icebergs cósmicos, pasaban a centímetros de ellos, con sus bordes sangrando luz, mientras que otros se precipitaban con una velocidad desconcertante, desapareciendo en la oscuridad antes de que pudieran procesarlos. Se movían a través de un espacio donde la lógica misma parecía una sugerencia y la gravedad, un capricho. El eco de sus movimientos se demoraba extrañamente en el aire, o sus propias voces resonaban con un desfase que distorsionaba la percepción. Era un lugar donde el tiempo, la materia y el espacio jugaban sus propias reglas rotas, y ellos eran simples motas atrapadas en su juego.

Mientras la extraña corriente continuaba arrastrándolos, Crysvélia se desvió sutilmente, no hacia la nebulosa lejana donde los fragmentos se concentraban, sino hacia una de las esferas partidas más cercanas. Esta era inmensa, su superficie irregular y llena de cicatrices, sangrando luz dorada-anaranjada como una herida abierta. Al aproximarse, Nyi-La pudo ver que las fracturas no eran aleatorias; parecían el resultado de una fuerza titánica que intentó romperla desde dentro.

—Miren esto —dijo Nyi-La, su voz aún teñida de resignación, pero ahora con una pizca de curiosidad profesional—. Estos no son solo escombros. ¿Lo ven? —se refirió a los fragmentos.

Señaló con un dedo tembloroso hacia las marcas en la superficie de la esfera. Eran glifos corroídos, símbolos de contención que había estudiado en los pergaminos más antiguos de Kamar-Taj, aunque nunca los había visto a tal escala o con tal grado de devastación. Parecían haber sido arrancados, deformados, o simplemente borrados por la fuerza pura.

—Son sellos —continuó Nyi-La, la revelación dándole un escalofrío que no era del frío del espacio, sino de la comprensión—. Esto… esto era una barrera. Una prisión, tal vez...

A medida que se movían más allá de la esfera, se encontraron con una red de filamentos etéreos que flotaban como telarañas gigantes en la oscuridad. No eran sólidos, sino hebras de energía blanquecina, semitransparentes, que se extendían entre los fragmentos más grandes de geometría. Algunas estaban rotas, sus extremos deshilachados y desintegrándose en partículas luminosas. Otras aún vibraban débilmente, emitiendo un zumbido apenas audible que Nyi-La identificó con un nudo en el estómago.

—Cadenas… —susurró, recordando los sellos de contención que colgaban oxidados en la cámara que acababan de dejar—. Eran cadenas de contención, pero hechas de magia. ¡Y están rotas! Esto era… ¡todo esto era una celda gigantesca!

El fénec, mientras tanto, flotó con inquietud hacia uno de los filamentos rotos. Olfateó el aire alrededor del brillo tenue de su extremo deshilachado, y un gruñido bajo vibró en su garganta, sus orejas aplastándose ligeramente. Como si el residuo de la energía aún le causara incomodidad.

Crysvélia, con su calma característica, extendió una mano y tocó una de las hebras etéreas que se curvaba cerca de ella. No hubo un destello dramático, ni una explosión. En cambio, una sutil onda de resonancia la recorrió. El filamento, que hasta ese momento había brillado con una luz moribunda, por un instante parpadeó con una intensidad renovada, su zumbido se hizo ligeramente más fuerte, como si la antigua magia dentro de él reconociera una fuente de poder. No era una activación completa, sino un destello momentáneo, una huella que revelaba la verdadera escala del encarcelamiento que había fallado. La hebra vibró suavemente antes de volver a su estado de desintegración lenta.

Nyi-La lo notó, sus ojos yendo de la hebra a Crysvélia. La implicación era clara y terrible: esta no era una prisión cualquiera. Si las barreras eran tan vastas, tan poderosas, lo que contenían debía ser…

Antes de que Nyi-La pudiera siquiera formular el pensamiento completo, una onda expansiva dorada-anaranjada surgió repentinamente desde la lejana concentración de fragmentos, donde la nebulosa opaca aún ocultaba su centro. No fue una explosión, ni una ráfaga. Fue una emanación silenciosa y perfecta, una esfera de energía pura que se expandió en todas direcciones con una velocidad constante, como si el núcleo mismo de ese plano hubiera exhalado.

La luz, similar a la que sangraba de los fragmentos rotos, no formó una barrera sólida; en cambio, se deslizó a través del vacío, perdiendo intensidad visible a medida que se alejaba de su fuente, hasta disiparse por completo en la oscuridad activa.

Físicamente, la onda no fue violenta. Las prendas sueltas de la túnica de Nyi-La se ondularon suavemente. El vestido de Crysvélia, con sus partes flojas, pareció danzar un instante en una brisa inexistente. El pequeño fénec giró sobre sí mismo con un movimiento de ballet forzado. Más allá de eso, el impacto físico fue mínimo. Sin embargo, el estruendo resonó en lo inmaterial: cada uno de los fragmentos de geometría arcana, tanto los cercanos como los más lejanos en la inmensidad, crujió con un sonido seco y gélido, como si la estructura entera de esa prisión rota se quejara al unísono. La vasta y oscura extensión del plano pareció vibrar con una pulsación que iba más allá del sonido, una nota sentida en los huesos.

Nyi-La se llevó las manos a las orejas, un gemido de dolor escapando de sus labios mientras la presión en su cabeza se intensificaba, como si la misma realidad la estuviera estrujando. Sus ojos se fijaron en la fuente de la onda, la lejana acumulación de fragmentos, ahora teñida por un momento de ese brillo dorado residual.

—¿Q-qué fue eso? —logró susurrar, su voz ahogada por la resonancia interna.

Crysvélia no se movió, no reaccionó con sorpresa o malestar como Nyi-La. En sus ojos ámbar, anclados en el punto de origen de la onda, ardía un destello profundo. No era una percepción visual lo que la inmovilizaba, sino una sensación. Esa energía dorada, esa pulsación que acababa de inundar el plano, no era desconocida para ella. Era una variación, un eco amplificado, de lo mismo que había sentido de la "hermosa gema fragmentada" en la cámara prohibida. Una presencia inmensa y antigua, que ahora se manifestaba en toda su magnitud, una perturbación en el "no-sentido" de ese lugar. La criatura. Un rastro, un llamado que solo ella parecía comprender.

El fénec, que había sido brevemente empujado por la onda, se sacudió con una rapidez asombrosa. Sus orejas, que se habían aplastado contra su cabeza, se alzaron, y un gruñido bajo surgió de su diminuta garganta. No era un gruñido de miedo, sino de una excitación tensa, casi de curiosidad. Sus ojos negros se fijaron en la misma dirección que los de Crysvélia.

Entonces, sin mediar palabra, y con una determinación tranquila, Crysvélia se orientó hacia la nebulosa de fragmentos que marcaba la ubicación de la prisión. No aceleró, pero su movimiento se volvió más intencional, más directo. Los sutiles tironeos que antes la guiaban se habían convertido en una atracción ineludible. El fénec, sin dudar, se alineó con ella, sus pequeñas patas delanteras y traseras "nadando" en el vacío para mantener el ritmo. A Nyi-La no le quedó más remedio que seguir, arrastrada por la inercia y por la silenciosa inexorable marcha de Crysvélia hacia el corazón del abismo.

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La silenciosa marcha de Crysvélia los llevó cada vez más profundo en la concentración de fragmentos lejanos. La oscuridad activa que impregnaba el plano comenzó a sentirse diferente aquí; más densa, como si el propio vacío se hubiera solidificado. Los colosales trozos de geometría arcana, que antes flotaban esporádicamente, ahora se aglomeraban con mayor frecuencia, formando una especie de muro irregular y cambiante, una constelación de ruinas que se movían con una cadencia más lenta, casi ceremonial. La luz que sangraba de sus fracturas dorada-anaranjada, bañaba el entorno con un resplandor febril, revelando la intrincada y caótica red de esferas rotas, anillos y prismas.

Fue como atravesar un cinturón de asteroides de una lógica alienígena. A medida que se adentraban, el zumbido grave que había estado presente desde su llegada se intensificó, mutando en una vibración profunda que resonaba en sus huesos, una nota baja que parecía nacer de la misma estructura de este lugar. El aire, o su equivalente, se volvió más pesado, cada movimiento requiriendo un esfuerzo sutil pero perceptible, como si la misma existencia luchara por mantenerse.

Finalmente, el flujo de Crysvélia se detuvo. Flotaban ahora en el corazón de la acumulación, donde los fragmentos formaban un enjambre tan denso que casi impedía ver más allá. Y en medio de esa maraña de restos, la prisión.

No era una construcción de piedra o metal, ni una celda con barrotes convencionales. Era una estructura compleja y multidimensional, una jaula tejida con los principios mismos de ese plano. Su forma era un cubo irregular, compuesto por líneas y planos que se interconectaban en ángulos imposibles, creando una red de contención que parecía redefinir el espacio que abarcaba. La imagen que habían visto en la visión de Nyi-La cobraba vida ante sus ojos, pero de una forma más pura, más esencial. Sus "paredes" no eran sólidas, sino barreras de energía cristalizada y tiempo congelado, visibles como vetas traslúcidas que atrapaban y distorsionaban la luz dorada-anaranjada que se desprendía de su interior.

Dentro de esta celda sin forma fija, en su centro palpitante, flotaba la "criatura". Pero no era la bestia informe y cambiante de la visión de Nyi-La. Aquí, en su prisión de origen, la entidad se manifestaba como una luz pura, intensa y pulsante. Una esfera de resplandor dorado-anaranjado, tan brillante que dolía mirar directamente, vibraba con una energía contenida, expandiéndose y contrayéndose rítmicamente, como un corazón cósmico. Filamentos de esa misma luz se extendían desde ella hacia los bordes internos de la prisión, chocando contra las barreras invisibles con pequeños estallidos silenciosos, intentando escapar. Era una luz que, a pesar de su belleza, transmitía una sensación ineludible de poder primordial y un sufrimiento antiguo.

Nyi-La se cubrió la boca con una mano, sus ojos fijos en la prisión. Pudo sentirlo ahora, más fuerte que nunca: el lamento antiguo y paciente de la criatura. No era un sonido audible, sino una resonancia directa en su mente, un susurro psíquico cargado no de desesperación, sino de una estrategia milenaria, una espera calculada. La presión en su cabeza se hizo casi insoportable, como si la mente de la criatura intentara imponerse sobre la suya.

El fénec, que se había mantenido pegado a Crysvélia, ahora temblaba ligeramente. Su gruñido bajo se había convertido en un quejido lastimero, y sus orejas giraban frenéticamente, intentando procesar la abrumadora presencia. Sus ojos, aunque fijos en la luz pulsante, mostraban una mezcla de fascinación y una innegable aprensión.

Crysvélia, en contraste, parecía hipnotizada. Flotaba inmóvil, sus ojos ámbar capturando cada pulsación de la luz dorada-anaranjada. Su rostro permanecía impasible, pero la misma luz que se agitaba en la prisión parecía reflejarse en las profundidades de sus pupilas, como si estuviera contemplando un secreto ancestral que solo ella podía comprender. Su quietud en ese momento era casi reverente, una observación profunda del poder y el enigma que tenían ante sí.

Y entonces, la luz pulsante dorada-anaranjada dentro de la prisión, el corazón de la criatura, sintió su presencia. No era solo un rastro lo que enviaba; era una llamada telépatica directa, brutal, que no buscaba la mente, sino la esencia. Un grito psíquico de siglos de confinamiento y una sed de libertad tan vasta que amenazaba con desgarrar el tejido mismo del plano. La prisión se estremeció, vibrando con una tensión inaudita.

Para Nyi-La, esta vez, la embestida fue insoportable. Cayó en el vacío, sus extremidades se encogieron en una espiral, como si cada nervio de su cuerpo estuviera siendo quemado desde dentro. La "estrategia milenaria" de la criatura se convirtió en un martillo mental, golpeando sus defensas psíquicas una y otra vez. Vio flashes de fuego cósmico y destrucción primordial, imágenes que no eran suyas, sino fragmentos de un hambre insaciable. Un chillido desgarrador escapó de sus labios, un sonido que se perdió en la inmensidad del vacío. Su nariz sangró profusamente, las gotas escarlatas flotando y volviéndose esferas diminutas antes de ser atraídas por una fuerza invisible hacia la prisión. Sus ojos se nublaron, y su cuerpo comenzó a convulsionar incontrolablemente.

El fénec, a los pies de Crysvélia, reaccionó con un aullido agudo, casi humano, su pequeño cuerpo temblando violentamente. Saltó hacia Nyi-La, intentando instintivamente protegerla, pero la misma ola de presión psíquica lo golpeó. Sus ojos negros se abrieron en terror, y un gemido de agonía lo dobló sobre sí mismo, incapaz de soportar la magnitud de la energía.

En ese instante, la energía de Crysvélia se manifestó. No fue un acto consciente de Crysvélia, sino una reacción primordial a la agresión externa por parte de su energía.

La visión de Yao se hizo realidad: un aura blanca, gélida y resplandeciente brotó de su forma, no como un mero brillo, sino como un torrente psiónico inmenso, que se expandió desde ella en una cúpula translúcida de energía pura. Era una fuente psiónica helada, un torrente glacial que chocó de frente con la ardiente llamada de la criatura.

El choque fue silencioso pero cataclísmico. El plano entero pareció contener el aliento. Donde las dos energías se encontraron, el mismo vacío vibró con una tensión insoportable. El aura blanca de Crysvélia, en lugar de dispersarse, se solidificó en su borde exterior, creando una barrera fría y protectora que encapsuló a Nyi-La y al fénec. Dentro de esta cúpula gélida, la locura psíquica de la criatura se atenuó, sus martillazos mentales se convirtieron en un murmullo distante, y el sangrado de Nyi-La cesó abruptamente, aunque su cuerpo aún temblaba. La energía de Crysvélia no estaba atacando; estaba protegiendo, envolviendo a sus compañeros en un escudo de "quietud psíquica" que desafiaba la furia del fragmento encarcelado.

La luz dorada-anaranjada dentro de la prisión pulsó con una rabia repentina, su brillo se intensificó al sentir la resistencia, al reconocer una fuerza psíquica comparable, aunque de naturaleza opuesta. Emitió una onda de choque que hizo crujir las barreras de la prisión, como si la entidad estuviera probando sus límites, intentando liberarse con una violencia renovada. La prisión misma, con sus líneas y planos imposibles, comenzó a temblar y a sangrar más luz de sus fisuras, respondiendo a la furia de lo que contenía.

Pero Crysvélia, con su aura blanca expandida y defendiendola activamente, permaneció inmóvil ante la jaula. Sus ojos ámbar, más brillantes que nunca con el reflejo de la luz dorada-anaranjada, no mostraron temor, ni lucha. Solo una serena, casi absoluta, comprensión. Y entonces, con una lentitud deliberada que se sintió eterna en el caos silente, comenzó a flotar directamente hacia la prisión, la cúpula translúcida de su energía moviéndose con ella, envolviendo a Nyi-La y al fénec en su interior. No era un gesto de ataque, sino de interés, una atracción ineludible hacia el corazón de la jaula; lo que contenía en su interior...

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