Chapter 12: Capítulo 10: Un día normal en la cafetería con una compañera perezosa
Luego de tener una conversación bastante... fructífera con Komari, decidí que era hora de irme. Había pasado demasiado tiempo en la sala del club, más del que debería haber invertido realmente. La charla había sido interesante, pero ya no podía seguir retrasando mi salida.
Al salir de la escuela, no me encontré con nadie conocido durante mi recorrido. Esto me permitió correr en solitario hasta la cafetería donde trabajo, disfrutando del momento de calma antes del ajetreo habitual. Al llegar, me encontré con la chica perezosa sentada detrás de la caja registradora, claramente esperando algún cliente, aunque ya habían algunas personas por aquel entonces.
Según lo que había observado hasta ahora, siempre era la primera en salir del salón de clases y, al parecer, no participaba en ninguna actividad de club, por lo que su presencia temprana en la cafetería no me sorprendió. Este tipo de escenas ya las había registrado como algo normal en ella. Lo curioso, sin embargo, era la manera en la que, a pesar de su actitud relajada, parecía tener todo bajo control: la organización de la caja, la disposición de los productos, y hasta la forma en que saludaba a los clientes con una sonrisa despreocupada.
Cuando me enteré que ella iba a ser mi nueva compañera de trabajo, supuse que iba a ser molesto tener que trabajar con una chica como ella, pero al parecer mi evaluación de ella era incorrecta, supongo que tendré que observarla un poco mas en el futuro para tener una imagen mas clara de su personalidad.
El turno empezó lentamente, con pocos clientes entrando en la cafetería, pero eso nos permitió acomodar bien todo antes de que llegara la verdadera afluencia de gente. Ella se encargó de las tareas de caja, mientras yo preparaba las bebidas y los pequeños refrigerios. Aunque no intercambiamos muchas palabras, noté que se movía con una calma que no dejaba espacio para el caos. De vez en cuando, me lanzaba alguna mirada distraída, pero sin perder el control de su espacio.
El mediodía llegó, y con él, el verdadero bullicio. Afortunadamente, el ritmo de trabajo se mantuvo fluido. Los clientes se fueron sucediendo, algunos hablando animadamente, otros entrando en silencio. La chica perezosa parecía no inmutarse. Con cada pedido, no solo manejaba las transacciones con rapidez, sino que también lograba hacer que cada cliente se sintiera como si estuviera siendo atendido por alguien especial, a pesar de su evidente desgano.
A lo largo del día, mi percepción de ella cambió lentamente. Ya no era solo la chica perezosa detrás de la caja; ahora la veía como alguien con una habilidad clara para mantener la calma en medio del caos, alguien que, a su manera, sabía lo que hacía. Tal vez no se trataba de pereza, sino de un enfoque diferente.
Mientras la jornada avanzaba, decidí que tendría que observarla un poco más. Podía ser que detrás de esa actitud relajada y su aparente indiferencia, hubiese algo mucho más interesante y valioso de lo que yo había imaginado. Y por alguna razón, ahora tenía curiosidad por descubrir qué era.
Cuando mi turno terminó, me despedí brevemente de Narita, que ya estaba de nuevo sumida en su tranquilidad detrás de la caja, y del viejo que estaba a cargo de la cocina, quien me lanzó una sonrisa cansada, como siempre. A pesar de que no compartíamos muchas palabras, el ambiente en la cafetería me parecía más cómodo ahora. La jornada había sido ligera, pero aún así, sentí el peso de la rutina sobre mis hombros.
Salí del local, respirando profundamente el aire fresco de la tarde. La noche comenzaba a caer, y la ciudad se llenaba de luces titilantes. No era un trayecto largo, pero al caminar por las calles semi-desiertas, mi mente seguía dando vueltas sobre todo lo que había sucedido en el día.
Cuando llegué a mi apartamento, la puerta se cerró con un suave clic detrás de mí. Todo estaba en silencio, como siempre. La soledad del lugar me acogió sin sorpresa, era algo con lo que ya me había acostumbrado. Dejé mi mochila sobre la mesa y me quité las zapatillas. No tenía ningún lugar al que ir, ni nadie a quien saludar. Solo el sonido del refrigerador funcionando y el ocasional ruido del viento me acompañaban.
Sin mucho que hacer, me dejé caer en la cama, con la mente todavía algo dispersa. El día de hoy me pareció bastante normal, casi monótono, pero de alguna forma, me sentía extrañamente cansado. Era como si hubiera gastado más energía de la que había pensado. Tal vez era el ritmo constante del trabajo, o las pequeñas sorpresas que se fueron acumulando en el día, como ese pequeño oso perezoso de la cafetería. De cualquier forma, la sensación de agotamiento me invadió rápidamente, y mis ojos comenzaron a cerrarse sin mucho esfuerzo.
Al tomar mi teléfono, que había dejado caer sin cuidado sobre la mesa, noté algo inusual. Un mensaje. Para mí, era poco común recibir mensajes, así que, por un momento dudé en mirar la pantalla. Tal vez era algo trivial o algún mensaje automático que ya conocía. Pero, al final la curiosidad pudo más y decidí ver quién lo había enviado.
Al desbloquear el teléfono, vi el nombre que apareció en la pantalla. Era Tsugumi, mi compañera de trabajo, pero en mi lista de contactos la había guardado de la manera en que la veía.
— Oso perezoso: Nos vemos mañana😊—
En un principio le había dado mi contacto solo porque somos compañeros de trabajo, pero no esperaba que me hablara para iniciar una conversación informal
No sabía exactamente qué responder, así que me quedé mirando la pantalla durante unos segundos. ¿Debía hacer una respuesta igualmente casual? ¿O tal vez algo más cercano, como si realmente estuviera interesado en su mensaje? Todo en mí decía que debía ser breve, pero algo me impulsaba a seguir la corriente.
— Yo: Claro, nos vemos mañana —
No puse nada más. No era necesario, pensaba. Ya había pasado suficiente tiempo con las interacciones superficiales de la cafetería como para sentirme presionado a forzar algo más. En realidad, ese mensaje no me causaba urgencia, ni necesitaba una respuesta inmediata. Solo era una conversación como cualquier otra, y no tenía por qué significar más de lo que era.
Luego de tirar mi teléfono por algún rincón de la habitación apagué la luz y me acomodé en la cama, dejando que la oscuridad se apoderara del cuarto. El silencio me rodeó, y antes de darme cuenta, el cansancio empezó a surtir efecto. Los pensamientos sobre Tsugumi se fueron desvaneciendo lentamente. No había necesidad de apurar nada ni de analizar demasiado una simple interacción. Todo lo que necesitaba era descansar y, al día siguiente, todo seguiría igual.