Resident evil: Susurros Bajo la Carne

Chapter 9: Capítulo 9: Estando a tu lado estoy más segura



Capítulo 9: Estando a tu lado estoy más segura

Estación Subterránea – Sala de Control

CRACK.

La pared de cristal reforzado estalla en mil pedazos con un estruendo seco. Fragmentos filosos vuelan en todas direcciones bajo la luz de emergencia parpadeante. Entre los cristales rotos emerge una figura abominable: carente de ojos, con el cerebro expuesto como un enjambre oscuro que bulle bajo su cráneo agrietado. Sus garras curvas amenazan con desgarrar, y una lengua larga y babosa se desliza hacia ellos con ansia voraz.

Rebecca da un respingo y cae hacia atrás. Un grito ahogado escapa de sus labios al ver la criatura avanzar. Sin pensarlo, Richard la sujeta con fuerza del brazo y la arrastra hacia su cobertura, colocándose frente a ella. Con el cuerpo tenso, levanta su arma con manos firmes, protegiéndola mientras apunta al monstruo.

Los disparos retumban: bang, bang. Las balas perforan el aire oscuro, pero apenas retrasan la embestida. El Licker chilla con un rugido infernal, un sonido agudo que resuena en la sala de control, guiado por el eco de los disparos. La tensión les aprieta el pecho a ambos.

—¡La puerta, Rebecca! ¡El panel! —grita Richard con urgencia.

Rebecca se incorpora tambaleante, con el corazón martillando en el pecho. Corre hacia la consola de control con dedos temblorosos. Los paneles parpadean en alerta mientras pulsa teclas frenéticamente, pero la pantalla chispea, negando toda respuesta. El teclado arroja mensajes de error tras cada orden.

—¡Richard, no responde! —chilla ella con los ojos abiertos de pánico.

De pronto, la criatura da un salto mortal. Richard rueda hacia un lado, notando muy de cerca el hedor pútrido que deja tras de sí. Esquiva por centímetros las afiladas garras que cortan el aire justo donde segundos antes estuvo su cabeza. Un golpe resonante contra la pared metálica lo empuja, recordándole que no hay lugar donde esconderse.

Richard aprieta el gatillo de nuevo, pero solo escucha un clic vacío: el cargador está agotado.

—¡Mierda! —masculla Richard con furia contenida.

—¡Por aquí, Richard! —grita Rebecca—. ¡Por aquí, rápido!

Con un último esfuerzo, Rebecca empuja una compuerta lateral y arrastra a Richard hacia la sala contigua: un almacén de seguridad antiguo y polvoriento. Dentro del cuarto se alinean estanterías corroídas, montones de cajas metálicas cubiertas de óxido y barriles con el logo descolorido de Umbrella. El aire huele a humedad y químicos añejos.

Richard cierra la puerta tras ellos con un golpe seco del pestillo. Desde el otro lado llega un golpe ensordecedor: la criatura azota la puerta con furia bruta.

—¡La puerta no aguantará mucho! —advierte Rebecca con voz entrecortada—. ¡Busca algo para defendernos!

Richard se interna entre las cajas. Con manos ansiosas, rompe la lona que cubre un montón de suministros. Encuentra tubos de ensayo trizados y frascos vacíos. Decepcionado, lanza un puño contra el metal. Una caja con un candado oxidado llama su atención: su sello rojo dice "Fuerzas de Contención – Emergencia".

—¡Aquí hay una caja de emergencia! —anuncia.

Richard patea el candado. Con un chirrido de metal desgarrado, el seguro cede. Abre la caja con cuidado. En el interior, entre mantas viejas y polvo, reposa una escopeta Remington M870 recortada, ideal para enfrentamientos cerrados. A su lado hay un pequeño estuche con cinco cartuchos relucientes.

—Nunca pensé que alegrarme de ver una escopeta pudiera sentirse así —murmura Richard con una sonrisa al borde de la tensión.

Arranca dos cartuchos con manos firmes, ignorando el sudor frío que le recorre la frente, y los inserta en la escopeta. Con un chasquido metálico cierra el cerrojo. Listo, se recompone y aprieta los labios.

El almacén tiembla con un estallido brutal. ¡BOOM! La compuerta cede en pedazos. ¡BOOM! El monstruo entra con un chillido desgarrador, sus músculos palpitando con furia.

Rebecca deja escapar un grito ahogado. Al verlo a punto de embestirla, Richard no duda ni un instante.

—¡BOOM! —El primer disparo de la escopeta estalla en la oscuridad del almacén. El retroceso sacude sus brazos. La bala atraviesa el aire y destroza el hombro izquierdo del Licker con un crujido espantoso, separándolo del torso. Un torrente caliente de sangre salpica la pared y el suelo, pintando el ambiente de un carmesí espeso.

—¡BOOM! —Una segunda descarga impacta el torso de la criatura. El cañón escupe plomo, penetrando el pecho del monstruo y haciendo estallar costillas y órganos con un estallido macabro. El Licker chilla entre gruñidos quebrados; el golpe lo impulsa hacia atrás, chocando contra una de las estanterías con un ruido seco.

Pero la bestia no se rinde. Entre gruñidos furiosos, intenta lanzarse contra Rebecca. Con sus últimas fuerzas, salta hacia ella.

—¡No! —grita Richard, disparando de nuevo— ¡BOOM!

El tercer disparo retumba en la espalda de la criatura que se abalanza sobre Rebecca. Un alarido de agonía brota cuando la bala la atraviesa, y el cráneo de la criatura retumba contra la pared con un golpe sordo. El cuerpo de la bestia se retuerce en el aire, escupiendo un rugido desgarrador.

Con furia, Richard se abalanza y descarga la culata de la escopeta sobre el cráneo del Licker. Luego levanta una gruesa barra de metal oxidado del suelo. Con golpes precisos y brutales, la hunde repetidamente contra la cabeza del monstruo: una, dos, tres veces. Cada impacto hunde la herrumbre en su masa fulgente hasta que, al fin, el horror enmudece y no se mueve.

Todo queda en silencio.

Rebecca, jadeando, se incorpora con cuidado. Con la manga, se limpia la sangre de la sien. Una fina gota carmesí brota de su labio partido. El temblor en sus piernas le recuerda lo cerca que estuvo de la muerte. El charco oscuro en el suelo refleja la escena macabra.

Richard, apoyando la escopeta contra la pared metálica, se deja caer a su lado. Su respiración es un jadeo áspero. Cada músculo le duele; cada latido retumba como un tambor incesante. Se inclina hacia adelante, con los codos sobre las rodillas, tratando de serenarse.

—¿Estás bien? —pregunta al fin, con la voz entrecortada.

—Sí… creo que sí —responde Rebecca, llevándose una mano al cuello. Siente el rasguño profundo que le arde con cada pulso. Suspira, intentando recuperar el aliento—. Solo necesito un momento.

Richard asiente despacio. Exhala lentamente mientras el dolor agudo en su costado le recuerda lo que acaba de suceder. Aun así, deja escapar una risa seca.

—Ahora sí... estamos realmente en un lío —dice con humor rudo.

Rebecca se deja caer en la silla oxidada más cercana. El respaldo se queja bajo su peso. Se frota la sien y respira agitadamente, dejando que el silencio la inunde.

—Mis piernas siguen temblando —confiesa en voz baja—. Siento como si mi cuerpo quisiera volver a correr, pero no le quedan fuerzas. Aún tengo su aliento caliente en mi nuca…

Richard se sienta a su lado, apoyando la culata de la escopeta entre sus piernas. Las manos le tiemblan al cerrar el círculo de sus dedos. Cierra los ojos un momento, absorbiendo el silencio tras la tormenta de muerte. Cada latido aún le retumba en los oídos, recordándole que sigue vivo.

Un largo silencio cae sobre ellos. Solo el goteo rítmico de agua resonando en un rincón y el murmullo tenue del complejo rompen la quietud.

En la penumbra intermitente, Richard alza la vista hacia Rebecca. Se toma un segundo para observarla: los ojos brillantes, aún cargados de miedo y alivio, sus labios entreabiertos formando preguntas sin voz. Él inclina la cabeza, como contestándole en silencio, aunque ella aún no diga nada.

—¿Cuántos años tienes? —pregunta de pronto, como buscando un ancla fuera del horror.

Rebecca lo mira sorprendida, algo de incredulidad en los ojos.

—¿Qué? —responde confundida.

—Digo... ¿cuántos años tienes? —aclara él, relajando los hombros—. No parecías alguien que debería acabar metido en algo así.

Rebecca cierra los ojos un instante. Suspira con una mezcla de humor y fatiga.

—20 años —dice al fin—. Estaba haciendo mi internado como equipo regular en las fuerzas S.T.A.R.S, pero me trajeron porque había logrado un buen desempeño el año pasado. Solo quería ayudar a la gente... ni siquiera pensaba que acabaría en una pesadilla así.

Richard ladea la cabeza y ofrece una media sonrisa. Intenta alivianar el momento con un toque de sarcasmo propio del estrés.

—Y ahora aquí estás —responde—: atrapada con un tipo que acabas de conocer ayer, una escopeta chillando más fuerte que tus propios latidos, y un monstruo tras de ti.

Rebecca deja escapar una risa ronca entre dientes, maldiciendo las circunstancias que los unieron.

—Podría ser peor —contesta con una sonrisa amarga—.

—¿Cómo, peor? —pregunta él, intrigado.

—Podrías ser aún más idiota —replica ella con picardía.

Richard se lleva una mano al costado dolorido y escupe con una carcajada seca, sintiendo punzadas con cada movimiento.

—Sí, lo soy —admite en voz baja—. Solo me sale disimularlo bien.

Rebecca asiente con la cabeza, su sonrisa se suaviza. Luego ambos guardan silencio en la sala, rodeados por la oscuridad que se insinúa en los rincones.

Ella se reclina contra el respaldo de la silla chirriante. Mira hacia la puerta cerrada, con el vacío como única otra compañía. Afuera, el zumbido distante del complejo continúa, amenazante. Cada mínimo sonido les recuerda que el peligro sigue ahí afuera.

—Richard... —susurra con voz temblorosa.

—¿Sí? —él responde, con la mirada fija en ella.

La gratitud y el cansancio luchan en los ojos de Rebecca. Respira hondo y, con el pulso acelerado, fija sus labios en él.

—Gracias... por no dejarme sola —dice finalmente. Su voz apenas se oye, y es la primera vez que su emoción se asoma sin disfraz.

Richard la observa en silencio. En su mirada endurecida brilla algo: vulnerabilidad. Por un instante, la coraza que ha llevado todo el día comienza a resquebrajarse. Ni siquiera sabe qué decir, así que solo asiente.

—No me iría sin ti —responde con sinceridad—. Ni aunque lo deseara. Créeme, hay veces que quisiera poder olvidarlo todo y largarme de aquí, pero... no lo haría nunca.

Rebecca asiente lentamente. No hacen falta promesas. Solo quedan dos supervivientes compartiendo un instante de conexión en medio del caos.

Por un breve momento, se permite un pequeño alivio.

De repente, un pitido agudo interrumpe el momento. Un sistema en la sala cercana anuncia algo al encenderse. La energía ha vuelto a fluir en algún nivel.

—Tenemos que movernos —dice Richard poniéndose en pie con decisión—. Quedarnos quietos no nos va a salvar de lo que venga.

Rebecca también se incorpora con dificultad. Aun con las rodillas entumecidas, recoge su linterna del suelo y agarra la pistola que había caído. Revisa el cargador vacío, suspira resignada, y vuelve a colocarla en el cinturón.

Juntos, cojeando, avanzan hacia la puerta de salida. Aunque ambos cojean por el esfuerzo de la herida y el cansancio, sus ojos arden con determinación. El túnel oscuro al otro lado les espera, y están listos para lo que venga.

 

N/A: como buen autor no promuevo el consumo de plantas extrañas, pero creo que se les debería dar un mejor uso a esas combinaciones olvidadas, ya que la planta azul no brillaba demasiado.


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